domingo, 26 de febrero de 2012

Vancouver. Primera MicroLey


EL gato tiene hambre.
Hace un viento que corta las ganas de salir a pescar en el Pacífico.
Las Rocky Mountains se están moviendo como aspas de molinos.
Cae la nieve azul sobre la arena de esta playa. 
En realidad no hay nieve en esta playa, pero yo imagino que la hay y me gusta pensar que la he pisado hace un momento y que se vuelve azul e incluso verde de un modo misterioso y singular.
Tomo una fotografía. 

Una chica está sentada sobre una roca.
La miro un rato y no se mueve.
Está dibujando algo.
Por su postura, he pensado que podría ser Sara, danzarina, las dos están rectas y miran al frente. Sara a veces mira como queriendo verlo todo de golpe. 

He pensado en gritar muy alto "¡Ey, Sara, hola, soy yo!"
Pero no lo he hecho. 
Luego sí, total estoy en Vancouver. 
Lo he hecho pero no me ha oído. Sigue dibujando lo que sea que esté dibujando.
Intentar dibujar las montañas y las nubes, intentar dibujar el mar, todo eso es una gran osadía.
 
Un grupo de franceses dice algo a mis espaldas en francés. 
Me doy la vuelta y me hablan a mí en su idioma.
Contesto muy sonriente Comantalevú, MerciMerci, consíconsá. En Canadá empiezo a escribirme mis propias microleyes, las que escribo sobre todos los sitios en los que termino teniendo un lugar al que llamo casa. 
Y esta primera microley viene a decir algo así como:
La mayoría de los canadienses piensan que tú también lo eres. 
Encantador


El Pacífico y la que podría ser Sara; La que podría ser Sara y el Pacífico.
Mientras, los franceses me han dicho una cosa en francés.
Y luego yo hago una de mis microLeyes absurdas para Vancouver


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