lunes, 20 de febrero de 2012

El tren. Katie. El hombre


Lunes. Esta mañana me he dado prisa, como si tuviera que llegar a un sitio a una hora concreta.  He tomado el Sky Train, con dirección Broadway- The City Centre, y cuando ya estaba subida en el vagón, a punto de sentarme y camuflarme entre un hombre de barba pelirroja y una chica de pelo muy corto y piercing en la nariz, he escuchado gritar su nombre:
-       Katie. Katie!
La voz del hombre llegaba desde el hall, casi desde las escaleras que daban paso al tren.
-       Katie! Katie, please, wait for me!
Me he levantado rápidamente, como si yo fuera Katie y necesitara imperiosamente esa llamada desesperada, ese grito canadiense al borde del precipicio de las Rocosas... Me he levantado, y he agachado la cabeza para poder ver su cara a través de los cristales del vagón. Tenía que saber quién era él, el hombre del teléfono, el hombre que ahora daba zancadas para llegar hasta Katie, detener el tren y decirle aquello que quiso decirle hace días por teléfono. Necesitaba verme en sus ojos, comprobar si su mirada buscaba la mía entre la multitud, si me reconocía a mí como ella ¿Soy yo ella? ¿Por qué la buscas? ¿Por qué me buscas?
Pero el tren, y los lunes, y las prisas, y la gente que lee el periódico en el vagón, y el señor pelirrojo que bien podría llamarse Hasting y ser huraño, y la chica rubia del piercing en la nariz, dientes de perla, labios de rubí, y el temor a encontrarse en otros ojos, y la pereza, la desidia, la velocidad.
No hay nada que no pueda hacerse un martes. El señor de la barba pelirroja me mira y resuelve una sonrisa. 
Concluyo que en esta ciudad nada es lo que parece, ni los espejos lo son.

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