lunes, 12 de marzo de 2012

Té rojo. Carne tostada. Pescado seco









“Pero ¿tú hablas chino?”
“Schssst, calla, eso no importa”
“Bueno, es que estás haciendo como que lees un periódico en chino”
“¿Quién te ha dicho a ti que yo estoy haciendo como que leo?”
“Eso no me lo dice nadie, eso lo veo yo”
“Todo en la vida es puro simulacro, vete acostumbrando”
“Pero es que tú no pasas por china, y tampoco por conocedora del idioma”
“Y tú no existes y aquí estamos hablando los dos”

En el Chinatown de Vancouver, poco después de pasar las dos casas de acogida, las farmacias para la metadona, la casa de asesoramiento para toxicómanos y para alcohólicos, el mercadillo de objetos presuntamente robados, y la comisaría de policía, hay una chica con un abrigo azul muy feo, que está en una tienda de té, hablando con la vendedora.

La chica le pregunta la diferencia entre este de aquí, y este otro de allí, la señora le contesta algo que tiene que ver con el tiempo de secado de las hojas y con la altura de la zona en la que crecen.
La señora mira el periódico que lleva en la mano esta chica, un periódico ya manoseado como de haber sido leído varias veces, y decide cambiar el idioma de su explicación de inglés a chino.
La chica, en ningún momento pone cara de no enterarse de nada de lo que le está contando la mujer, y hace todo lo contrario, asentir un poco con la cabeza y decidirse por uno de los tés, el rojo.
La mujer sigue hablando en chino. La chica del abrigo azul sigue sin decir nada, aunque se acuerda de algo, le llega un pensamiento, un silbido en su oído, una especie de sensación conocida y entona con perfecto acento de Jiangsu un 我由衷感您。


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