miércoles, 7 de marzo de 2012

Katie, from Spain


El hombre lleva anotadas todas las cosas que necesita saber en un pequeño trozo de papel que guarda en la funda de sus gafas.
Katie, seguramente, estará sentada a su lado preguntándose si debería cerciorarse de que sabe en qué país estamos y qué día es hoy, pero dado que ella misma admite desconocer la respuesta de la segunda cuestión, decidirá concentrarse en los calcetines blancos del tipo que acaba de sentarse frente a ella, y que lleva consigo una revista con la portada de una “top model” en bikini.
El tipo tiene los dedos índice y anular de la mano derecha sobre el cuello y el pecho de la modelo, y los cuatro dedos de la mano izquierda, tapándole las piernas hasta la altura de las rodillas. La imagen que resulta de esa censura digital, le parece a Katie que se acerca mucho más a una de esas enanas de circo del siglo XIX condenada al espectáculo de la miseria que a una modelo cotizada.
"El tipo tiene la cabeza muy pequeña", pensará Katie al tenerle más cerca “¿Por qué siempre me fijo en el tamaño de las cabezas?” e intentará calcular después la talla de su abrigo y la previsible talla de sus pantalones.
Katie, sin darse cuenta, habrá hecho algunos gestos con las manos para medir todo eso en el aire. Y así, palpando en el aire y mirándose las manos, podría pensar en lo interesante que es la idea de ser otro aún siendo uno mismo, y si en caso de existir esa posibilidad, ella sería feliz siendo, por ejemplo, española en lugar de canadiense.
Después de unos momentos de ausencia dirigida hacia este pensamiento lleno de sol, de playas excelentes y crisis financiera, Katie deducirá que la obsesión que tiene por las tallas y los tamaños de las cosas, es debida a su trabajo, “Toda la vida vendiendo ropa, ¿cómo no estar obsesionada”
Katie, recordará la noche en la que estando con Kuo Li en la cama mirando al techo, le dijo despertándole de un sueño profundo:
“Yo sé calcular las tallas de toda la gente del mundo. Me basta echar un vistazo a la silueta para encajar a las personas en un número ¿qué te parece?”
Kuo Li, terminando de abrir los ojos e intentando dilucidar si lo que acaba de escuchar era un sueño o la alocución de un fantasma, miró sorprendido a su derecha.
“¿En qué idioma has hablado, Katie?”
“En el mío”
“No, no, tú has hablado en otro idioma”
“Qué bobada, yo solo sé hablar inglés”
“Pues creo que era español, Katie”
“Imposible, yo no he podido hablar en español porque no sé hablar español”
“Ahora estamos hablando en español”
“Oh, dios mío…”

¿Realmente sabía? 
Volverá Katie a esta idea y recordará la sensación de profunda extrañeza que tuvo cuando su voz sonó en español en mitad de una noche silenciosa.
Agachará la cabeza Katie preguntándose si debería consultar con algún experto la posibilidad de que efectivamente ella tenga una doble, o que ella sea la doble de alguien que es ella misma pero vive en otro lugar. "Idea manida, ya lo sé", pero será en ese momento de cambio de posición física y de mirada hacia el suelo, cuando Katie se encontrará con los zapatos del tipo de la cabeza pequeña, zapatos de suela bien ancha, como los amortiguadores de un trailer, y… velcros. Velcros. Los zapatos llenos de ellos.
“No lo soporto” pensará Katie un poco azorada. Y presa de una desesperación inaudita, tal vez causada por el insomnio de las últimas noches, por el exceso de café, o por la tensión acumulada en la tienda de firma en la que trabaja donde tiene que calcular los tamaños de los traseros para adecuarlos a las tallas de los pantalones y las faldas, la bestia que Katie lleva dentro emergerá desde su aparente calma y gritará enfebrecida en un idioma que pudiera ser español o pudiera ser inglés:

¡¡NO VELCRO. NO VELCRO. NO VELCRO. NO VELCRO. NO VELCRO. NO VELCRO. NO VELCRO!!
Golpeará la mesa tantas veces y con tanta violencia que el señor de su derecha huirá dejándose la funda de las gafas con las gafas y la nota sobre la mesa (restos de un naufragio).
El tipo de los velcros, por su parte, amenazado, humillado, y posiblemente sobrepasado por la situación, echará la silla hacia atrás y se cubrirá la pequeña cabeza con la revista de la top-model en la portada.
Katie, no podrá contener una carcajada al contemplar la escena de la revista envolviendo casi por completo la cabeza pequeña del señor de los jodidos velcros imperdonables, y será el contraste entre su propia risa y sus voces, lo que alertará no solo a los miembros del staff de la librería-cafetería, a todas las mesas, al guarda de seguridad de la planta de abajo que subirá corriendo y se torcerá levemente el tobillo derecho en la escalera mecánica (“fuck!”), sino también a la gente que observa entretenida al otro lado del cristal cómo una muchacha bien vestida, de talla 38, sobre tacones aspirantes al Olimpo, de maquillaje y peinado impecables, grita y sonríe al mismo tiempo mientras es retirada de la escena y llevada a un lugar en el que poder calmarse. 
“Se me da fenomenal adivinar las tallas de la gente. No fallo ni una"
y a dormir.


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